A pesar de las limitadas gráficas del Play Station 1, Silent Hill logró atemorizarme a través de sus rústicos polígonos y terribles controles gracias a una buena historia.

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Esta es una reseña retro, pues me puse a jugar un juego de 1999 (sí, creo que ya es universalmente aceptado que los 90s son retro).

La historia creo que ya todos la conocen, pero sino ahí les va una sinopsis, sin spoilers (lee con confianza no te arruinaré la trama):

El juego hace que tomemos el control de Harry Mason, un hombre que busca a su hija Cheryl en el misterioso y aparentemente abandonado pueblo de Silent Hill, mientras más nos adentramos en el pueblo nos vamos topando con horribles creaturas, tratamos de encontrar y seguir pistas del paradero de su hija y esas pistas solo van desentrañando una diabólica historia.

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Aunque nunca escribí nada de los 2 juegos de Bioshock anteriores, debo decir que soy fanática de la serie. Así que antes de abordar al Infinite escribiré un poco de mis antecedentes con la franquicia.

Bioshock, amor a primera vista

Hace un par de años, cuando salió el primer Bioshock, lo compré porque estaba barato y lo llevé a casa, ahí lo probé con cierta flojera pues en general en ese tiempo iniciaba a jugar un juego y a los 2 días ya ni me acordaba de él, pensé que sería igual, genérico, para pasar el rato nada más.

Me equivoqué, enormemente.

Al empezar a jugar me quedé pegada al control, envuelta por el juego que mezclaba historia, gameplay, ambiente y todo envuelto en art decó tan esquisitamente. Me encantó, y lo terminé pronto. Me enamoré de los Big Daddies, de las Little Sisters, hasta de los Splicers y sus comentarios, y como no, de Rapture y de todo el discurso ético-moral que tenía el juego. Me sentí traicionada por Atlas y sentí pena por Andrew Ryan. Me involucré emocionalmente, el juego lo logró.

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