Entre mis múltiples habilidades y talentos tengo la saber nadar.
Sí estimados lectores, cuando estoy en el agua soy una bellísima sirena, un veloz delfín, o al menos una ranita medio simpática.
Bueno, tal vez exagero un poco, porque lo que mejor me sale es nadar de perrito y de espaldas, tengo dificultad para nadar braceando de modo profesional, mis bracitos de pollo no me aguantan.
Yo aprendí a nadar con el método al que me gusta llamar «método de sopetón».
Hacer algo de sopetón es como hacer algo a lo bestia, de repente, sin previo aviso.
Por ejemplo:
Cuando vas a la alberca hay personas que se meten al agua así de poquito a poquito, se ve ñoño, primero los pies, y respirando rápido por lo fría del agua se van mojando los brazos y así de poquito a poquito hasta que se mojan todo.
Meterse al agua de sopetón es brincar al agua sin rituales previos, así nada más, todo mojado en menos de 5 segundos.
Pues bien, hay muchas escuelas de natación, primero les enseñan a chapalear con los pies, luego a flotar y etcétera, etcétera, todo un largo método de preparamiento previo para que al fin culmine en que el alumno se avienta del trampolín sin miedo y nada graciosamente en la parte profunda del agua.
A mi me metieron a una escuelita de natación pequeña, rural, y que usaba el método de sopetón. Y aprendí a nadar.
Lo que tuvo éxito en ése método fue que una vez a la semana nos hacian formar una fila en el trampolín, cuando nos tocaba el turno tenías 2 opciones, tirarte o que te tiraran.
No importaba si te daba miedo, si ya sabías nadar o lo que sea. Pero créeme. Una vez que te tiran aprendes a nadar porque aprendes.
¿Y tú sabes nadar?… ¿aprendiste de un modo más amable?.