Entre mis múltiples habilidades y talentos tengo la saber nadar.

Sí estimados lectores, cuando estoy en el agua soy una bellísima sirena, un veloz delfín, o al menos una ranita medio simpática.

Bueno, tal vez exagero un poco, porque lo que mejor me sale es nadar de perrito y de espaldas, tengo dificultad para nadar braceando de modo profesional, mis bracitos de pollo no me aguantan.

Yo aprendí a nadar con el método al que me gusta llamar «método de sopetón».

Hacer algo de sopetón es como hacer algo a lo bestia, de repente, sin previo aviso.

Por ejemplo:

Cuando vas a la alberca hay personas que se meten al agua así de poquito a poquito, se ve ñoño, primero los pies, y respirando rápido por lo fría del agua se van mojando los brazos y así de poquito a poquito hasta que se mojan todo.

Meterse al agua de sopetón es brincar al agua sin rituales previos, así nada más, todo mojado en menos de 5 segundos.

Pues bien, hay muchas escuelas de natación, primero les enseñan a chapalear con los pies, luego a flotar y etcétera, etcétera, todo un largo método de preparamiento previo para que al fin culmine en que el alumno se avienta del trampolín sin miedo y nada graciosamente en la parte profunda del agua.

A mi me metieron a una escuelita de natación pequeña, rural, y que usaba el método de sopetón. Y aprendí a nadar.

Lo que tuvo éxito en ése método fue que una vez a la semana nos hacian formar una fila en el trampolín, cuando nos tocaba el turno tenías 2 opciones, tirarte o que te tiraran.

No importaba si te daba miedo, si ya sabías nadar o lo que sea. Pero créeme. Una vez que te tiran aprendes a nadar porque aprendes.

¿Y tú sabes nadar?… ¿aprendiste de un modo más amable?.

Sucedió que la primera vez que agarre el volante de un automóvil casi ocasiono un ¿horrible? pero ridículo accidente.

Yo, toda miedosa, me subo de chofer en el carro, acompañada claro. Mi copiloto me decía, mira que este botoncito es para esto y no pises tan de golpe el freno, entre otras indicaciones, hasta que me dice que encienda el coche y le dé la vuelta a la manzana.

A ver, palanca de cambios en la D (era un automático), y comienzo a avanzar, leeeentamente. Doy la vuelta y ¡oh no!, un peatón cruzando justo por donde yo iba a pasar. Me quedo en shock. Sip. En shock sigo avanzando a una temible velocidad de 3 km por hora (o la velocidad que alcanza cuando no pisas ni freno ni acelerador). El peatón me voltea a ver con cara de ¿¿¿¿???? pero no se quita, estaba a unos 5 metros de mi vehículo, solo veía con terror como me aproximaba hacia él. Creo que él también estaba en shock.

Fue algo lenta la escena de la acción. Mi copiloto me decía «¡FRENA, FRENA!», con cara de frustración. Y yo … nada… Pasaron unos 10 segundos, creo, en lo que ya capté y frené, el peatón seguía estupefacto (con cara de WHAT!?) pero luego reaccionó y se fue. «¿¡Porqué no frenabas!?, ridícula, bla bla bla».

Y así fue como casi atropello a un peatón a una velocidad de unos 3 km por hora.

Ahora ya soy toda una super piloto, no se preocupen, cero multas y más de dos años tras el volante.

Yo tengo una laptop, a la que quiero mucho, nos llevamos bien, sólo he tenido que formatear Windows en una ocasión desde que me la compraron -sip, aún me mantienen-. Es una Toshiba Satellite A105-S4384 pero de cariño -y para abreviar- le digo «Toshi«.

Pero no comenzó todo tan bien. Antes de Toshi hubo otra, la mala, la de el detallito.

Andabamos en una conocida, pero no tanto, tienda de aparatos electrónicos y me paseaba yo viendo las laptops. Ya hace tiempo que quería una para tener mi máquina propia, dejar de usar la computadora comunitaria (la que usan todos) y tener mis cosas a parte, y hacer con ella lo que yo quiera.

Y ahí la ví. Una Toshiba Satellite, de precio accesible y en ese tiempo en que todavía las vendían con XP en lugar de Vista (cuando acababa de salir). Me brillaron los ojitos. Siiiii, ¡mami, mami yo la quiero!.

Pasamos a la caja, pagamos y llegamos a la casa, yo feliz, alegre, rebozante de alegría, saco la computadora de su empaque, la conecto y la prendo…

El horror…

Todo era perfecto excepto por un pixel. Uno, un mísero pixel que no servía, siempre rojo. Justo en medio de la pantalla.

«Sí puedo vivir con él». Pensé. «Uno no es ninguno».

La tortura…

Seguí manipulando mi laptop y a cada movimiento que hacía ahí estaba, el vil pixel defectuoso. Yo trataba de ignorarlo. Pero no pude.

A la mañana siguiente regresamos a la tienda y pedímos la devolución de el dinero o el cambio de mercancía, después de una larga fila y espera me entregaron otra caja. Por las dudas pedimos que nos la mostraran en funcionamiento y esta vez todos los pixeles funcionaban bien.

De 1,024,000 pixeles que tenía (una resolución de pantalla de 1280 x 800) uno sólo fallaba. Por un detallito la devolví. Era un diminuto detalle, uno en un millón, pero no podría haber vivido feliz así.

¿A alguien más le ha ocurrido algo parecido?

Eso de «limosnera y con garrote» es una fracesita que se dice por acá por donde yo vivo para describir la siguiente situación, pero para no hacerles aburrida la historia, ahí les va en forma de cuento.

Érase una vez un domingo, en una ciudad llena de gente, que una parejita de enamorados salió a comer a un concurrido centro comercial. Todo era felicidad, todo era paz y tranquilidad, los tortolitos no hacian más que difrutar de su mutua compañía mientras comían un platillo de comida china y charlaban…
Pero, de pronto, una vieja bruja, digo, una pobre, pobre, pobre y necesitada señora se aparece detrás de la chica con la mano extendida como pidiendo y con voz muy lastimera dijo «ay mija mire esque *tos tos* una ayudita estoy bien mala *tos tos TOS TOS*» y se le quedó viendo con ojos de cachorrito abandonado… La chica, en un gran acto de generosidad, saca de su monedero una moneda de no 1, sino 2 pesotes y se lo pone en la mano a la viejecilla. En eso, la viejecilla, se mira la mano y voltea con el novio «Ay mire mijo, nomás me dio un peso».

PEEEEEEEEEEEEEERRRRRRDOOOOOOOON.

¿A esa señora que le pasa?, si no es mi obligación darle ni un sólo peso, todavía se hace la digna y le reclama a mi novio lo «avara» y «tacaña» que soy… ¿¿¿???, además, luego de eso mi novio nomás la vio así como de «ay señora no maaaanche…» y la viejilla captó la indirecta y mejor se fue a la mesa siguiente a hacer el show de ancianita desamparada y pobre para ver cuanto más juntaba, luego llega a una mesa vacía y saca una bolsita transparente llena de monedas, muchas, de a peso, de a 5, 10, unos billetes…

Eso me hace pensar en hacerle modificaciones a mi lista de a quién si le doy dinero y a quién no. Desde hoy he decidido mover a los viejitos lastimeros a la lista de «no hay donaciones».

Si les doy unas monedas a:
– Los malabaristas, tragafuegos, payasitos… en resumen los shows en los cruceros.
– El que me limpia el parabrisas.
– A los malandros que piden y dan miedo, jojo.

Nada para:
– Los niños que piden porque los mandan sus papás o mamás.
– A las señoras que traen al bebé cargando -todo asoleado- para dar lástima.
– A los que llegan a mi casa con el cuento de las medicinas que no completan, la hija quemada, el funeral que no pueden pagar…
– Los que dicen que tienen hambre pero que les das comida y dicen «no, yo quiero dinero».
– Y una larga lista de etcéteras.

¡Pero sigo indignada con esa señora!… ¡chale!

Les cuento que ahora llegue a mi casa, y comí y fui al baño, en fin, hice todo lo que una persona «normal» hace.

Entonces platiqué un rato con mi madre (¡¡¡saludos mami!!!), de cosas normales, ¿ya te inscribiste en la uni?, ¿cuantas materias?, ¿te gusta la filosofía de Arquímedes?, ¿Nietzche es un amargado o crees que tiene razón?… Ya saben, plática casual.

Me senté en el sillón de la sala y estabamos viendo el canal NATGEO (que por cierto no me gusta el nombre, le hubieran dejado completo, national geographic), viendo un programa de unos tipos raros que hacian experimentos de cuanto resistía de peso un carrito del mandado. ¡Y le pusieron encima un automóvil sin colapsar!… me estoy yendo por las ramas… A lo que voy:

¿Han visto en las películas esas escenas de comedia de situaciones incómodas?, como por ejemplo en las que la mamá y el hijo van al cine y resulta que la película está llena de contenido sexual.

Pues un rato después de que se terminó el programa de los tipos que experimentaban con carritos de mercado comenzó un programa de animalitos, ah, pero no uno normal y lindo de cachorritos si no de sexo de animales…

Hasta ahí todo normal, más o menos, luego mencionan que en casi todos los animales se da el homosexualismo, bien eso todavía me pasa. Risitas ocasionales entre yo y mi má. Pero no, no, no… luego empiezan a pasar escenas de animalitos -de toda especie- haciendo actos explícitos y muy gráficos de emm… tocándose solos… Esa fue la gota que derramó el vaso.

yo: Emmm… yo voy a recoger mi cuarto, má…
: xD

Situación incomoda sin duda.

PD: Editado un poco el post por censura xD… luego no vayan a llegar chavitos preguntando ¿que quiere decir *********? :P